19:00 Misa Misa de Fin de Año On lIne 31 diciembre Parroquia Santa María del Vergel
Del santo Evangelio según san Lucas 2, 22-40
Los padres de Jesús, cuando se cumplieron los días de la purificación después del parto de acuerdo con la Ley de Moisés, llevaron el niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, según está mandado en la Ley del Señor: “Todo primogénito varón será consagrado al Señor”. Y también para ofrecer el sacrificio que está igualmente prescrito: “Un par de tórtolas o dos pichones de paloma”. Vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre recto y piadoso, que esperaba que Dios trajera el consuelo a Israel. El Espíritu Santo lo inspiraba y le había anunciado que antes de morir vería al Ungido del Señor. Movido, pues, por el Espíritu había ido al templo. Cuando los padres de Jesús entraron al templo con el niño, para cumplir con la costumbre señalada en la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios diciendo: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto la salvación, que tienes preparada para todos los pueblos, luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”.
El padre y la madre del niño estaban admirados de lo que decían de él. Simeón también los bendijo a ellos; y a María, su madre, le dijo: “Mira: este niño está destinado a hacer que en Israel unos caigan y otros se levanten. Será signo de contradicción, y una espada atravesará también tu propia alma. Así quedará manifiesto lo que hay en el corazón de tantos hombres”. También había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser.
Ya era de edad muy avanzada. De joven había vivido con su marido siete años, y ya viuda había llegado hasta los ochenta y cuatro. No se apartaba del templo; día y noche servía a Dios con ayunos y oraciones. Precisamente a esa hora se presentó allí y empezó a alabar a Dios y a hablar acerca del niño a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén. Cuando cumplieron todo lo que estaba mandado en la Ley del Señor, regresaron a Galilea, a su pueblo, Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con Él.
Palabra del Señor.
Del santo Evangelio según san Lucas 2, 22-40
Los padres de Jesús, cuando se cumplieron los días de la purificación después del parto de acuerdo con la Ley de Moisés, llevaron el niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, según está mandado en la Ley del Señor: “Todo primogénito varón será consagrado al Señor”. Y también para ofrecer el sacrificio que está igualmente prescrito: “Un par de tórtolas o dos pichones de paloma”. Vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre recto y piadoso, que esperaba que Dios trajera el consuelo a Israel. El Espíritu Santo lo inspiraba y le había anunciado que antes de morir vería al Ungido del Señor. Movido, pues, por el Espíritu había ido al templo. Cuando los padres de Jesús entraron al templo con el niño, para cumplir con la costumbre señalada en la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios diciendo: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto la salvación, que tienes preparada para todos los pueblos, luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”.
El padre y la madre del niño estaban admirados de lo que decían de él. Simeón también los bendijo a ellos; y a María, su madre, le dijo: “Mira: este niño está destinado a hacer que en Israel unos caigan y otros se levanten. Será signo de contradicción, y una espada atravesará también tu propia alma. Así quedará manifiesto lo que hay en el corazón de tantos hombres”. También había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser.
Ya era de edad muy avanzada. De joven había vivido con su marido siete años, y ya viuda había llegado hasta los ochenta y cuatro. No se apartaba del templo; día y noche servía a Dios con ayunos y oraciones. Precisamente a esa hora se presentó allí y empezó a alabar a Dios y a hablar acerca del niño a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén. Cuando cumplieron todo lo que estaba mandado en la Ley del Señor, regresaron a Galilea, a su pueblo, Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con Él.
Palabra del Señor.
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