Cubrámonos con la preciosa sangre de nuestro Señor Jesucristo este Sábado 3 de Febrero de 2024. Que el Señor nos limpie de todos nuestros pecados.
El santo papa Juan XXIII “el treinta de junio de 1959 vigilia de la fiesta de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, segundo año de nuestro Pontificado” publicó la carta apostólica “sobre el fomento del culto a la Preciosísima Sangre de nuestro Señor Jesucristo”. Aunque ya se venía celebrando esta fiesta donde se rescata el carácter salvador de Cristo al derramar su preciosa sangre por cada uno de nosotros
Muchas veces desde los primeros meses de nuestro ministerio pontificio —y nuestra palabra, anhelante y sencilla, se ha anticipado con frecuencia a nuestros sentimientos— ha ocurrido que invitásemos a los fieles en materia de devoción viva y diaria a volverse con ardiente fervor hacia la manifestación divina de la misericordia del Señor en cada una de las almas, en su Iglesia Santa y en todo el mundo, cuyo Redentor y Salvador es Jesús, a saber, la devoción a la Preciosísima Sangre.
(...) nuestros Predecesores desde el siglo XVI enriquecieron con gracias espirituales la devoción al Nombre de Jesús, cuyo infatigable apóstol en el siglo pasado fue, en Italia, San Bernardino de Sena. En honor de este Santísimo Nombre se aprobaron de modo especial el Oficio y la Misa y a continuación las Letanías. No menores fueron los privilegios concedidos al culto del Sacratísimo Corazón, en cuya admirable propagación tuvieron tanta influencia las revelaciones del Sagrado Corazón a Santa Margarita María Alacoque [6]. Y tan alta y unánime ha sido la estima de los Sumos Pontífices por esta devoción, que se complacieron en explicar su naturaleza, defender su legitimidad, inculcar la práctica con muchos actos oficiales a los que han dado remate tres importantes Encíclicas sobre el misma tema.
Asimismo la devoción a la Preciosísima Sangre, cuyo propagador admirable fue en el siglo pasado; el sacerdote romano San Gaspar del Búfalo, obtuvo merecido asentimiento de esta Sede Apostólica. Conviene recordar que por mandato de Benedicto XIV se compusieron la Misa y el Oficio en honor de la Sangre adorable del Divino Salvador; y que Pío IX, en cumplimiento de un voto hecho en Gaeta, extendió la fiesta litúrgica a la Iglesia universal. Por último Pío XI, de feliz memoria, como recuerdo del XIX Centenario de la Redención, elevó dicha fiesta a rito doble de primera clase, con el fin de que, al incrementar la solemnidad litúrgica, se intensificase también la devoción y se derramasen más copiosamente sobre los hombres los frutos de la Sangre redentora.
Por consiguiente, secundando el ejemplo de nuestros Predecesores, con objeto de incrementar más el culto a la preciosa Sangre del Cordero inmaculado, Cristo Jesús, hemos aprobado las Letanías, según texto redactado por la Sagrada Congregación de Ritos, recomendando al mismo tiempo se reciten en todo el mundo católico ya privada ya públicamente con la concesión de indulgencias especiales.
Así, pues, al acercarse la fiesta y el mes consagrado al culto de la Sangre de Cristo, precio de nuestro rescate, prenda de salvación y de vida eterna, que los fieles la hagan objeto de sus más devotas meditaciones y más frecuentes comuniones sacramentales. Que reflexionen, iluminados por las saludables enseñanzas que dimanan de los Libros Sagrados y de la doctrina de los Santos Padres y Doctores de la Iglesia en el valor sobreabundante, infinito, de esta Sangre verdaderamente preciosísima, de la cual una sola gota puede salvar al mundo de todo pecado, como canta la Iglesia con el Doctor Angélico y como sabiamente lo confirmó nuestro Predecesor Clemente VI. Porque, si es infinito el valor de la Sangre del Hombre Dios e infinita la caridad que le impulsó a derramarla desde el octavo día de su nacimiento y después con mayor abundancia en la agonía del huerto, en la flagelación y coronación de espinas, en la subida al Calvario y en la Crucifixión y, finalmente, en la extensa herida del costado, como símbolo de esa misma divina Sangre, que fluye por todos los Sacramentos de la Iglesia, es no sólo conveniente sino muy justo que se le tribute homenaje de adoración y de amorosa gratitud por parte de los que han sido regenerados con sus ondas saludables.
Y al culto de latría, que se debe al Cáliz de la Sangre del Nuevo Testamento, especialmente en el momento de la elevación en el sacrificio de la Misa, es muy conveniente y saludable suceda la Comunión con aquella misma Sangre indisolublemente unida al Cuerpo de Nuestro Salvador en el Sacramento de la Eucaristía.
El santo papa Juan XXIII “el treinta de junio de 1959 vigilia de la fiesta de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, segundo año de nuestro Pontificado” publicó la carta apostólica “sobre el fomento del culto a la Preciosísima Sangre de nuestro Señor Jesucristo”. Aunque ya se venía celebrando esta fiesta donde se rescata el carácter salvador de Cristo al derramar su preciosa sangre por cada uno de nosotros
Muchas veces desde los primeros meses de nuestro ministerio pontificio —y nuestra palabra, anhelante y sencilla, se ha anticipado con frecuencia a nuestros sentimientos— ha ocurrido que invitásemos a los fieles en materia de devoción viva y diaria a volverse con ardiente fervor hacia la manifestación divina de la misericordia del Señor en cada una de las almas, en su Iglesia Santa y en todo el mundo, cuyo Redentor y Salvador es Jesús, a saber, la devoción a la Preciosísima Sangre.
(...) nuestros Predecesores desde el siglo XVI enriquecieron con gracias espirituales la devoción al Nombre de Jesús, cuyo infatigable apóstol en el siglo pasado fue, en Italia, San Bernardino de Sena. En honor de este Santísimo Nombre se aprobaron de modo especial el Oficio y la Misa y a continuación las Letanías. No menores fueron los privilegios concedidos al culto del Sacratísimo Corazón, en cuya admirable propagación tuvieron tanta influencia las revelaciones del Sagrado Corazón a Santa Margarita María Alacoque [6]. Y tan alta y unánime ha sido la estima de los Sumos Pontífices por esta devoción, que se complacieron en explicar su naturaleza, defender su legitimidad, inculcar la práctica con muchos actos oficiales a los que han dado remate tres importantes Encíclicas sobre el misma tema.
Asimismo la devoción a la Preciosísima Sangre, cuyo propagador admirable fue en el siglo pasado; el sacerdote romano San Gaspar del Búfalo, obtuvo merecido asentimiento de esta Sede Apostólica. Conviene recordar que por mandato de Benedicto XIV se compusieron la Misa y el Oficio en honor de la Sangre adorable del Divino Salvador; y que Pío IX, en cumplimiento de un voto hecho en Gaeta, extendió la fiesta litúrgica a la Iglesia universal. Por último Pío XI, de feliz memoria, como recuerdo del XIX Centenario de la Redención, elevó dicha fiesta a rito doble de primera clase, con el fin de que, al incrementar la solemnidad litúrgica, se intensificase también la devoción y se derramasen más copiosamente sobre los hombres los frutos de la Sangre redentora.
Por consiguiente, secundando el ejemplo de nuestros Predecesores, con objeto de incrementar más el culto a la preciosa Sangre del Cordero inmaculado, Cristo Jesús, hemos aprobado las Letanías, según texto redactado por la Sagrada Congregación de Ritos, recomendando al mismo tiempo se reciten en todo el mundo católico ya privada ya públicamente con la concesión de indulgencias especiales.
Así, pues, al acercarse la fiesta y el mes consagrado al culto de la Sangre de Cristo, precio de nuestro rescate, prenda de salvación y de vida eterna, que los fieles la hagan objeto de sus más devotas meditaciones y más frecuentes comuniones sacramentales. Que reflexionen, iluminados por las saludables enseñanzas que dimanan de los Libros Sagrados y de la doctrina de los Santos Padres y Doctores de la Iglesia en el valor sobreabundante, infinito, de esta Sangre verdaderamente preciosísima, de la cual una sola gota puede salvar al mundo de todo pecado, como canta la Iglesia con el Doctor Angélico y como sabiamente lo confirmó nuestro Predecesor Clemente VI. Porque, si es infinito el valor de la Sangre del Hombre Dios e infinita la caridad que le impulsó a derramarla desde el octavo día de su nacimiento y después con mayor abundancia en la agonía del huerto, en la flagelación y coronación de espinas, en la subida al Calvario y en la Crucifixión y, finalmente, en la extensa herida del costado, como símbolo de esa misma divina Sangre, que fluye por todos los Sacramentos de la Iglesia, es no sólo conveniente sino muy justo que se le tribute homenaje de adoración y de amorosa gratitud por parte de los que han sido regenerados con sus ondas saludables.
Y al culto de latría, que se debe al Cáliz de la Sangre del Nuevo Testamento, especialmente en el momento de la elevación en el sacrificio de la Misa, es muy conveniente y saludable suceda la Comunión con aquella misma Sangre indisolublemente unida al Cuerpo de Nuestro Salvador en el Sacramento de la Eucaristía.
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